Me interesa mucho más el poder de las palabras para construir nuevas realidades, para imaginar futuros. Nombrar las cosas es darles vida, y nombrar nuestros ideales es el primer paso para alcanzarlos y hacerlos realidad. La palabra justicia es sin duda anterior a su aplicación real a la vida de las personas —tan precaria aún hoy, cuando la injusticia se ceba sobre millones de seres humanos— y muy anterior a que ese valor se asentara como base de la sociedad.
En este sentido, me ha parecido estupendo el ejemplo que ponía Manuel Rivas hoy en su columna:
No podía ser de otro modo. ¿Quién podía ver más claras las huidizas sinapsis que aquel que sabía tejer con los sutiles e invisibles hilos de la emoción la descripción de una investigación científica?"Cuando Ramón y Cajal decidió adentrarse en el estudio del cerebro humano, no dijo para la ocasión: '¡A ver cómo anda el tarro!'. Escribió: 'Sentía yo entonces vivísima curiosidad por la enigmática organización del órgano del alma'. Formulado así el asunto, las neuronas se le mostraron en toda su elegancia."
La emoción de los publicistas es otra cosa. Es como el caramelo que das al niño para hacerlo feliz, con una felicidad rápida y sin complicaciones. Los caramelos están bien, pero en exceso producen caries.
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